El miércoles 13 de noviembre comenzaron las audiencias televisadas del juicio político a Donald Trump. El primer día permanecí pegada a la pantalla las casi seis horas que duró la transmisión siendo testigo de un gran espectáculo histórico y vertiginoso. Todo el tiempo tuve la sensación de estar viendo una de esas películas en las que la acción transcurre en una sala en la que los testigos son cuestionados por las partes a favor y en contra del acusado y el guión juega contigo llevándote hacia un lado y otro del péndulo sin tregua.
Es curioso lo que ocurre cuando una situación se pone frente a una cámara pues de inmediato adquiere otro carisma, es como si esa distancia entre el espectador y la pantalla le diera una cierta sensación de irrealidad a lo que estamos viendo porque todo se convierte en un espectáculo. No cabe duda de que esa siempre ha sido la gran baza de Trump, lograr llevarlo todo a ese lugar en el que la agenda no son los hechos, sino lo que se hace parecer de ellos.
Ante el auge de las fake news algo que ha surgido como contracorriente son las noticias catárticas, sí, las que hablan de lo que nos gustaría que pasara o que de tan absurdas subrayan la realidad. Se me ha vuelto indispensable leer el llamado The Borowitz Report, que es el newsletter de The New Yorker que se especializa en parodiar las noticias.
“Not the news” es su lema. Una reacción ante el espectáculo en el que se ha convertido la política mundial, pues cada vez más los futuros de los países dependen de qué tan histriónico es un político y cómo interpreta a su personaje. El juicio televisado al presidente de Estados Unidos es la cumbre de una era hipermediática en la que resulta una paradoja ver cómo lo que Trump más ataca, los medios de comunicación, son precisamente quienes podrían rescatarlo o hundirlo según se desencadene el “show”.
No es la primera vez que Estados Unidos asiste a un gran juicio transmitido por televisión. Uno de los casos más famosos fue el de O.J. Simpson en 1994, en donde durante los 11 meses que duró el juicio se estima que más de 95 millones de personas siguieron las acusaciones y réplicas en vivo y en directo, convirtiéndolo en el llamado juicio del siglo. Independientemente de cuál sea el resultado de todo este proceso, estamos siendo testigos de algo histórico cuyos hechos probablemente veremos en unos años en la pantalla grande.
Me gusta fantasear con la idea de que será un proyecto dirigido por alguien como Oliver Stone o Steven Soderbergh. Por obvias razones, el papel de Donald Trump se lo doy a Alec Baldwin. Mi denunciante ideal sería Daniel Day-Lewis y como algunos de los Republicanos aferrados en demostrar lo contrario y defender al presidente a toda costa pondría a Liam Neeson, Stanley Tucci o Steve Carell.
Lo único que pido es un final a lo Tarantino, apoteósico, con catarsis incluida y en donde los corruptos y prepotentes acaben pagando porque si no lo logramos tener en la realidad, nos lo merecemos en la ficción.