El Festival de Cannes es una montaña rusa de estímulos, una burbuja en la que te sumerges durante 12 días y todo lo demás desaparece.
Sabía que esta sensación la compartimos los colegas periodistas y críticos de cine porque es algo que se comenta en los pasillos, cafés y salas de prensa constantemente.
Sin embargo, algo que me sorprendió fue comprobar que a los dioses del olimpo cinematográfico también les sucede.
“Estamos aquí y parece que no hay otra cosa que ver películas pero abres la ventana y ves todos los problemas que hay en el mundo y que estamos en una especie de Titanic. Yo he sentido todo el tiempo que este es el Festival del fin del mundo, donde mientras todas las cosas terribles ocurren en el planeta nosotros estamos en una sala de cine viendo historias”, me dijo Alejandro González Iñárritu en Cannes en una entrevista para EL UNIVERSAL
Coincidió en que lo más interesante y perturbador de esto es que cuando tienes la oportunidad de ver las obras de todos los creadores de distintas partes del mundo en un solo lugar descubres que cada año hay un tema con en el que conectan todos los artistas.
Es así como estos festivales se vuelven una especie de oráculo en el que las preocupaciones y visión del futuro de los realizadores se revelan y ponen temas a debate.
Muchos de ellos, son tesis que parecían descabelladas y que vemos suceder después, como cuando en 2006 Alfonso Cuarón llevó a Venecia la cinta Children of men, basada en las teorías de la escritora canadiense Naomi Klein que en ese entonces parecían pura ciencia ficción pero que al cabo de los años se han ido convirtiendo en un reflejo del mundo actual que se pensaba inmune a lo que el filme mostraba y al que la inmigración y el terrorismo está transformando por completo.
Ha habido años en los que la violencia ha sido el tema recurrente, otros en los que el acento ha estado en la sexualidad, el año pasado el foco estuvo en entender la función de las familias como corazón social y el origen de toda descomposición o redención (Capharnaüm, Lazzaro Felice, Shoplifters, Todos lo saben) pero éste fue sin duda el año de cuestionar y explorar el daño que están haciendo en el tejido social las cada vez más grandes diferencias económicas y de cómo éstas nos están llevando a un mundo polarizado, violento y en el que todos perdemos.
Bajo esta mirada, la película ganadora de la Palma de Oro no podría ser otra que la del coreano Bong Joon-Ho en cuya Parasite muestra que no hay sociedad que se pueda mantener en equilibrio mientras unos tengan tanto y otros tan poco.
Y esta es la gran paradoja del festival del fin del mundo: que mientras te aísla y te mete en una burbuja en la que pareciera que todo lo que está afuera de las salas de cine no existe también te sacude y te lleva a pensar en los temas urgentes, los que de verdad importan pero que de otra forma no podemos ver. Es un Titanic, sí, pero un Titanic con conciencia.