Lo que no se ve en una pantalla es tan importante como las escenas filmadas cuando te cuentan una historia. El cómo te la desarrollan, la forma en que se edita, lo que se sugiere aunque no se diga, también. Y hay dos piezas que son buen ejemplo de ello. Los proyectos se llaman The Starcaise (La escalera). Uno es un documental de trece capítulos que está en Netflix, dirigido por el oscarizado Jean-Xavier de Lestrade y que sigue al intrigante Michael Peterson y su juicio por el supuesto asesinato de su esposa al pie de las escaleras de su mansión en Carolina del Norte. El cómo el acusado sostiene desde un principio hasta el final su inocencia, la forma en la que su abogado David Rudolf va logrando explicar todas las aristas que parecen imposibles de defender y los dudosos procedimientos de la justicia americana son seguidos por esta lente paciente y sigilosa que te mete hasta la médula de los hechos y sus protagonistas. Incluso los ves envejecer pues el cineasta siguió este caso durante 15 años.
Por otro lado, está la versión ficcionada de la historia en HBO Max. Lleva el mismo nombre, pero su aproximación es diferente: toma elementos de la realidad, por supuesto, pero agrega, quita y observa desde una distancia permeada por la subjetividad de un guión creado para convertirse en un producto adictivo. Protagonizada por un reparto de lujo: Colin Firth, Toni Collette, Michael Stuhlbarg y Juliette Binoche, la serie romantiza a los personajes y pone en imágenes las escenas del posible accidente, asesinato o ataque que se barajean en el juicio y que en el documental sólo puedes imaginar con las conjeturas que van dando los expertos desde un estrado jurado. Incluso agrega una hipótesis que se descubrió después de que se cerrara el caso. Lo interesante de ver ambas historias, con tan diferentes lentes es, por un lado, la oportunidad de apreciar cómo de algo real se construye toda la fantasía, el baile de una historia bien trenzada.
Por el otro, da vértigo comprobar cómo, a pesar de intentar abarcar la realidad como es el caso del documental, tener horas y horas de metraje, distintos puntos de vista, opiniones, testigos, el caso paso a paso, siempre estará el rompecabezas incompleto: lo que se decidió cortar en la sala de edición, las escenas que dio miedo incluir, las que quitaban ritmo, las que no daban juego. Y en eso, tanto el documental como la ficción estarán siempre de acuerdo: no hay pieza objetiva, ni montaje que logre esquivar la espada del desequilibrio. Porque lo que vemos no es la realidad, es sólo un fragmento de ella creado por alguien que está detrás decidiendo qué importa y qué no. Y en un mundo en el que vivimos inmersos en las pantallas, más vale tenerlo claro. Porque para pasar un buen rato y entretenernos o incluso estrujarnos un poco el corazón está muy bien el escape que nos ofrece la fantasía cinematográfica. Pero después hay que saber apagar y volver a la realidad. A pesar de que ahí, muchas veces, tampoco se encuentren las repuestas.