El día que Disney anunció que la cantante afroamericana Halle Bailey sería La sirenita en su nuevo live action, las redes sociales se revolucionaron con comentarios en contra y a favor.
Para este momento ya han corrido ríos de tinta al respecto y es fácil entender los argumentos de los que no están de acuerdo, pues el impulso normal y a lo que estamos acostumbrados es a pensar que los personajes icónicos de las películas deben permanecer así, con las mismas características físicas. Lo difícil es ir más allá y entender lo que realmente hay detrás de estos cambios. Por un lado, está el aspecto político. Las princesas a lo largo de los siglos no sólo han servido para entretener a las niñas sino para darles un discurso social.
Cuando Disney hizo las películas de Blancanieves y Cenicienta eran los años 30 y 50 respectivamente. Décadas en las que la mujer tenía que centrarse en ser una buena ama de casa y dar calor de hogar a la familia cocinando, limpiando y manteniendo el orden. También eran jóvenes ingenuas y frágiles, algo que se asociaba con la femineidad. La bella y la Bestia de los años 90 revolucionó esa imagen y marcó otro momento clave: a la gran pantalla llegó una princesa que además de ser guapa leía mucho, quería conocer otros mundos y era autosuficiente. Ni hablar de Tiana, la princesa del año 2000 que se convierte en empresaria, no se deja seducir por un príncipe fanfarrón y está dispuesta a todo con tal de lograr sus sueños. Con esto, más allá de si la nueva sirenita debe ser blanca y pelirroja lo que debemos cuestionarnos es hacia dónde nos quiere llevar Disney ahora.
Hace unos meses, Julianne Moore defendía en Cannes las cuotas de las minorías diciendo que sin ellas, el cambio se vuelve imposible. Y quizá tenga razón porque la imposición, aunque no es ideal, puede ser la única forma en que la diversidad florezca y no sea aplastada por la cultura dominante. Mi apuesta está en la creatividad como solución: es urgente empezar a crear nuevos personajes e historias en las que la diversidad exista de forma natural sin tener que forzarla porque lo cierto es que siempre ha estado ahí.
Cuando el autor danés Hans Christian Andersen escribió en 1836 el cuento en el que se inspira la historia de esta bella criatura marina era la época del colonialismo europeo en la que los africanos estaban siendo despojados de sus tierras y a lo único que podían aferrarse era a sus historias, entre las que siempre han estado las sirenas, que para ellos son seres con quienes han convivido durante milenios y a los que se les atribuyen grandes poderes en la vida cotidiana. Ha habido sirenas negras desde el principio de los tiempos y mucho antes de que Andersen y Disney crearan a Ariel. Desde la perspectiva de la historia, lo justo es pensar que ya era hora de volver al origen y de tener una sirena negra con la que cualquier chica pueda soñar.