Yo fui parte de esa película, pensé que a los míos no les pasaría nada. Pero lo que nunca previmos en el giro de tuerca de esta historia es que este virus llega sin esperarlo
El guión comienza describiendo un nuevo virus que causa daño pero los protagonistas lo ven como algo lejano, pues ocurre en un país a miles de kilómetros.
Comienza a acercarse. Las personas tienen miedo. Quienes pueden, se encierran para protegerse, los que no tienen otra opción se exponen y siguen.
Pasan los meses, la gente se acostumbra, “no será para tanto” y van bajando la guardia hasta que a algunos los golpea por sorpresa.
Yo fui parte de esa película, pensé que a los míos no les pasaría nada. Mi mamá estaba segura, llevaba un año sin salir a la calle. Pero lo que nunca previmos en el giro de tuerca de esta historia es que este virus no se busca sino que llega sin esperarlo.
A mi madre la golpeó en forma de un contenedor de oxígeno para su hermano Carlos, quién tiene EPOC y al que ella cuida desde hace tres años.
Nunca pensó que se iba a contagiar intentando resolver una falla en el suministro de oxígeno con los técnicos y que después estaría enchufada de manera indefinida a una máquina más potente en un hospital.
De pronto las pesadillas que habíamos leído en tuits o noticias eran nuestra realidad.
Mi madre estuvo sola, aislada, asustada y con un respirador sin que nadie de los suyos pudiéramos tomarla de la mano.
Mi hermana y yo pasamos 27 días pegadas al teléfono esperando la llamada de los médicos para saber los partes de salud del día.
Las horas fueron muy largas y no había ninguna garantía de que lograra sobrevivir, otros momentos en los que escucharla en un mensaje de voz nos daba gasolina para seguir.
También vivimos una de esas famosas videollamadas que nos pilló desprevenidas y con la que nos despedimos de ella intentando mostrar “optimismo” antes de que la intubaran.
“Esto está muy raro, no me gusta nada”, nos dijo cuando de pronto en la pantalla de su teléfono, el que sostenía la única enfermera que podía estar con ella, le aparecimos mi hermana y yo con sus cuatro nietos intentando sonreírle. Luego vino el silencio.
Siete días hasta que lograron extubarla y trasladarla de la zona Covid del hospital a la terapia intensiva en donde ya podemos visitarla tres veces al día.
Sus heridas de guerra desarman.
Fue difícil respirar al verla por primera vez toda llena de tubos, moretones y pinchazos. Deliraba. Se llaman secuelas del Covid.
El cuerpo requiere mucho tiempo para sanar pero también la soledad que conlleva esta enfermedad.
Lo primero que mi mamá nos pidió una vez que recobró la conciencia fue que le lleváramos un objeto que pudiera abrazar en los periodos en los que está sola entre visita y visita.
Si esto fuera un buen guión la historia nos daría respiros y no se ensañaría tanto.
Nos mostraría los estragos de la enfermedad pero lo que gana la heroína.
Obviaría la desesperación, el hartazgo y el mal humor de la protagonista al tener que lidiar con esto tantos días hasta agotarla. Incluso habría un final. Pero esto no es ficción y no hay tregua. Cuídate.