El cine es un narrador de nuestro tiempo y de los impulsos futuros y eso volvió a demostrarse en la pasada edición del Festival de Venecia, en donde los que tuvimos la suerte de asistir a esa explosión de creatividad saboreamos y fuimos golpeados con los ecos del momento.
Muy distintas voces nos hablaron de la profunda crisis que la humanidad está sufriendo, de cómo las mentiras dichas tantas veces se convierten en verdades y del peligro hacia el cual nos pueden llevar los extremos, cuyos efectos letales hemos comprobado pero también, al parecer, olvidado.
En años pasados, los grandes festivales presentaron películas en las que se mostraban altas dosis de violencia o sus consecuencias (Heli, In the fade, You were never really here), después empezaron a llegar las cintas que daban un paso más para analizar lo anterior a la violencia, su génesis, apuntando hacia la importancia de la salud del núcleo familiar como uno de los principales eslabones en el origen del crimen y las profundas diferencias sociales del capitalismo (Shoplifters, Parasite).
Y este año, las películas que llegaron al Festival de Venecia fueron una alarma constante, pues en muchas de ellas se mostraron los peligros del punto en el que nos encontramos.
Un mundo en el que estamos llenos de violencia, en el que las familias siguen desintegradas y heridas y en el que, en consecuencia, estamos llevando al planeta a dinamitarse.
Fue muy revelador ver pasar a tantos creadores por las conferencias de prensa para gritarle al mundo que es momento de abrir los ojos y darnos cuenta del peligro de los extremos que estamos viviendo actualmente.
Así lo hicieron Roger Waters, Donald Sutherland, Mike Jagger, Meryl Streep y Todd Phillips con su aclamado Joker, que más que ser una cinta de superhéroes, es una radiografía de la sociedad americana actual que puede extrapolarse fácilmente a cualquier otro país del mundo.
Voces y culturas distintas pero en un mismo llamado. También estuvo el llanto de la calle, el de los cientos de jóvenes ecologistas que decidieron tomar la alfombra roja del festival el día de la clausura para gritarle al mundo que es momento de hacer algo, que el cambio climático no se detiene y que estamos en una encrucijada de la humanidad como nunca antes lo habíamos estado.
Y entonces es inevitable pensar en lo que decía hace sólo unos meses Alejandro González Iñárritu acerca de que estamos en una especie de Titanic, un barco que se está hundiendo pero en el que preferimos seguir tocando música y ver películas porque es más fácil evadirnos que enfrentarnos a este estado de emergencia.
Pero al menos nos queda la esperanza de ese cine que sigue apostando por crear conciencia, que sacude los cimientos de nuestras creencias y prejuicios y que nos hace reflexionar y despertar. Es momento de salir de esta burbuja. Estamos en estado de emergencia y el cine lo sabe.