Entrevista publicada en El Universal / Cobertura Festival de Cine de Venecia 2022.
Venecia, 04 de septiembre de 2022. Fue precisamente en su estreno mundial ayer en Venecia cuando Ricardo Darín y el resto del equipo del filme vieron por primera vez con audiencia Argentina, 1985, la película que Darín protagoniza y produce. Dirigida por Santiago Mitre, la historia basada en el juicio contra los responsables de las dictaduras militares que gobernaron en Argentina entre 1976 y 1983 hizo llorar a la estrella porteña durante y después de la proyección en una Sala Grande repleta en la que la película recibió nueve minutos de ovación. Su personaje, el del fiscal Julio Strassera tiene gran dimensión histórica pero también humana. Y, además, llega en un momento muy importante porque como explicó Mitre en la rueda de prensa del filme, nunca imaginaron que un atentado como el que sufrió la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner hace unos días pudiera ocurrir, “creíamos que el juicio del 85 había saldado para siempre la idea de la violencia como posibilidad para salvar conflictos y que ese ‘nunca más’ que dijo Julio Strassera en su alegato final había sido definitivo y ver que no es así es un desconcierto. Por eso creemos que esta película cobra una vitalidad que no imaginamos”. En una entrevista en el Club de Tenis de Venecia, Darín me habló del profundo viaje que hizo con este proyecto que ha sido recibido con entusiasmo en la Mostra
Ricardo, Santiago Mitre dice que fue durante una cena en su casa que te contó la idea de esta película y que de inmediato le dijiste que tú querías interpretar a Julio Strassera, ¿por qué te interesó tanto este personaje?
Sí, eso dice él, eso dice él (risas). Pero no fue así. Lo que me contó fue su necesidad y su deseo de contar esta historia. La del juicio. A eso me subí yo. Pero no fue un deseo especial interpretar a Julio. Al contrario, yo nunca fui amigo de la idea de hacer papeles de personas que hayan existido. Nunca me gustó. Rechacé diez proyectos por ese motivo. Por eso digo que me acuerdo muy bien. Lo que me contó fue la historia de las Juntas y el juicio y le dije que sí, que podría ser impactante e importante dependiendo de cómo fuera el guion. Y fue hasta que leí la primera versión del proyecto que le dije, ‘sí, contá conmigo, lo hago’. Y ahí hice la excepción.
El personaje de Strassera en la película tiene una parte muy interesante porque transmite cómo hay una tensión interna que lo hace sentir que no tiene la brillantez o la capacidad de lograr esa gran misión que se le encomienda como fiscal.
Eso sin duda. Después de todo el proceso de investigación que hicimos y de tratar de acercarnos a las historias personales de los personajes creo que el momento en que la película sorprende a Strassera lo encuentra cuando su autoestima está muy abajo. Por diferentes motivos, pero básicamente porque era un hombre ya grande que venía trabajando en la Justicia hace mucho tiempo con un grupo de personas que no habían podido hacer todo lo que hubieran querido durante la dictadura y eso les debe haber significado un peso en sus conciencias. La película tiene la inteligencia de retratar y hacerse cargo de esas cuestiones. Las pone sobre la mesa, no las esquiva.
Pero además, era un hombre con mucho sentido del humor, ¿qué le aportó eso a tu personaje?
Sí. Tenía mucho sentido del humor áspero y ácido. Nos hemos enterado de un montón de bromas y chistes que pronunciaba permanentemente dentro del equipo de la fiscalía. Y nos interesaba mucho ese rasgo. Descubrimos que era un aspecto muy interesante y gracias a eso es que algunos momentos de la historia están desacralizados porque permiten establecer ese balance que hay entre Strassera y su joven asistente, Luis Moreno Ocampo (Peter Lanzani).
¿Qué anécdotas de Strassera recuerdas que te sorprendieron?
Nos enteramos de una, por ejemplo, en la que contaban cómo cuando empezaron a reclutar gente joven para el equipo de la fiscalía el tipo entró a la oficina con una pistola de juguete y disparó un par de balas de mentira. Cuando todos los chicos se tiraron al suelo asustados les dijo: “¡Ninguno de ustedes sirve para hacer este juicio!” (Risas). También se disfrazaba para ver si lo reconocían. Hacía cosas muy excéntricas y por eso le apodaban “el loco”. Pero es que lo que tenían entre manos era muy duro, muy complicado y de esa forma aportaba un poco de aire.
Eres un hombre muy admirado, con el que quiere trabajar todo el mundo, del que se espera mucho siempre, ¿a veces eso es un peso para ti?
No, no, no porque yo creo que todo depende de cómo te relacionas con los demás. No importa cuál sea nuestro trabajo, nuestro oficio, hay gente que con muy poco se siente demasiado y hay otros que no, que lo toman con más naturalidad y se relacionan bien con la gente. Yo pretendo estar más en el segundo grupo, en el que está en la realidad. Nosotros tenemos frases en Argentina muy descriptivas de eso pero son un poco groseras. La mejor que encuentro es la que dice que hay gente que come pan y eructa pollo.
Cuando estás haciendo una película, ¿hay indicios que te hacen pensar o sentir que va a ser buena o mala? Porque tienes una carrera impecable y eso no es gratuito.
La verdad es que cuando tienes un guion sólido, que nosotros lo tuvimos y nos entusiasmó mucho en un principio, sí hay como una especie de ánimo que te dice que eso puede estar muy bien. Pero después con la experiencia todos sabemos que el resultado depende de la realización porque yo he visto muy buenos libros destrozados por una mala filmación y he visto guiones muy flojitos pero bien rodados. Entonces, cuando se produce el milagro de tener un buen guion, con buenas actuaciones como las de mis compañeros, estamos todos en armonía y la realización es acorde y no demasiado pretenciosa, entonces es que surgen las grandes obras. Es un equilibrio complicado porque también las realizaciones muy pretenciosas a veces tapan una buena película. Esos directores que se ponen por delante de la historia y de los actores terminan arruinándola. Entonces, cuando se da toda esa combinación, a las dos o tres semanas de rodaje uno empieza a sentir un cosquilleo, algo que te dice, “qué bueno lo que estamos haciendo”. Yo siempre voy y checo las tomas, me gusta ver cómo van quedando y eso hace que empieces a palpitar que las cosas están saliendo bien. Pero la reescritura final de una película es la edición. Ahí, todo puede cambiar o se puede empobrecer. Medio segundo en una toma de más o de menos puede perjudicar o beneficiar una actuación o una escena. Es una cuestión de feeling, de timing y en eso Santiago (Mitre) es muy bueno.